viernes, 7 de septiembre de 2012

Polvo en los cajones

Sabe que es bueno tener oficio
como sabe que jamás lo va a aprender,
se aferra fuertemente a lo que tiene,
se refugia tras la antigüedad.

Trabaja más con vista que con arte,
se engalana con lo poco que hace bien,
la prudencia es carcelera de su avance,
siempre fue de la comodidad.

En la calle espera gente con
preparación para su puesto,
va pensando echado en el colchón:
quizá mañana este cubierto.

Y mañana lo que hubo fue noticia,
el declive de su vida laboral,
la compañía se traslada con la vista
de un negocio consistente
en un lejano lugar.

Temblando mira la empresa
con la gente abrazándose
y las máquinas calladas,
quién diría que un día sin faena
borrase la sonrisa de las caras.

….

Pasa el tiempo mortecino
llenando de polvo los cajones
y el pan duro se convierte
en un manjar de años mejores.

La mirada de sus hijos se le clava
cuando vuelve de la calle, llorando,
sin nada bajo el brazo
y susurrando a su mujer en el oído:
lo siento mi vida, no hay trabajo.

Se abrazan, que es lo único que queda
y como dos actores de teatro
fingen delante de los niños
como si de alegría fuese el llanto.

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